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Mitología griega. LOS TRABAJOS DE HÉRCULES

 Lean “Los trabajos de Hércules” y después seleccionen las acciones principales que integran  la secuencia narrativa del mito.  

LOS TRABAJOS DE HÉRCULES

Sucedió que Zeus, el más enamoradizo de los   dioses griegos, quedó cautivado por la belleza de  
Alcmena, la reina de Tebas, y decidió tener un hijo  con ella, que estaría destinado a ser un dios del  Olimpo. Cuando la diosa Hera, la esposa de Zeus,  se enteró de que la reina estaba embarazada, se  enfureció y resolvió deshacerse del niño. Lo primero  que hizo fue tratar de impedir su nacimiento,  pero no lo logró. Pocos meses después, envió a dos  gigantescas serpientes para que mataran al bebé,  que dormía en un escudo que le servía de cuna.  Pero Hércules despertó, tomó las serpientes en  cada una de sus manos y las estranguló. Y a partir de ese momento, no dejó de mostrar su poder. 
Pasaron los años, su fuerza se desarrolló  extraordinariamente y, gracias al entrenamiento  
que recibió de sus maestros, su destreza se volvió incomparable. Luego, los dioses le regalaron todo  lo que lo acompañaría en adelante: Hermes le  entregó una espada; Apolo, el arco y la flecha;  Hefesto, una coraza dorada; Atenea, una túnica,  y Poseidón, los caballos.

  


Por donde iba, el joven realizaba hazañas y,  así, su fama se extendió. Sin embargo, Hera no se  había olvidado de él y, como seguía empecinada  en eliminarlo, buscó el modo de que los dioses lo  castigaran. Entonces, hizo que enloqueciera y cometiera un crimen terrible. Cuando Hércules  recuperó la cordura y se dio cuenta de lo que había hecho, fue al templo de Apolo a preguntarle  cómo obtendría el perdón. Este le dijo que debía obedecer todo lo que Euristeo, el caprichoso  rey de Micenas, le mandara hacer. Una vez que cumpliera con las órdenes del rey, conseguiría  la libertad y el perdón. También le anunció que, llegado su tiempo, sería inmortal.  

Por eso, Hércules marchó a Micenas para ponerse al servicio de Euristeo. Este, temeroso  de que el héroe le arrebatara el trono, le impuso doce trabajos que debía llevar a cabo durante  doce años. Pero, como era un cobarde y sentía miedo de lo que Hércules pudiera hacerle,  mandó que fabricaran una enorme vasija de bronce, donde pensaba refugiarse en caso de  que lo agrediera.  

El primer trabajo consistió en matar al león de Nemea, que aterrorizaba a los pastores  y campesinos de la región. Hércules se dirigió al encuentro de la fiera y, cuando la vio, le  disparó varias flechas con su gigantesco arco. Pero la piel del león era de una dureza  fenomenal, así que todas rebotaron en ella sin hacerle daño. Entonces, Hércules fabricó una  enorme maza con un tronco de olivo y volvió para darle un violento golpe. Sin embargo, el  león sólo quedó aturdido y se refugió en su cueva, que tenía dos entradas. Antes de seguirlo,  Hércules cerró una de ellas. Después, ingresó por la otra, acorraló a la fiera en el interior  de la guarida y la atacó a golpes de puño. La lucha fue tremenda. Las poderosas garras del  animal lo herían continuamente hasta que, por fin, el héroe logró apretarle la garganta y  lo mató. Luego, le arrancó la piel, se envolvió en ella y regresó a Micenas, con el cuerpo del  animal en sus hombros. 

Euristeo no esperaba que el héroe saliera victorioso de ese enfrentamiento. Por ese  motivo, al verlo llegar cargado con el enorme felino, se asustó y le ordenó que lo dejara ante  las puertas de la ciudad. Allí fue donde Zeus encontró al león, lo llevó al cielo y formó con él  una nueva constelación. Hizo todo eso para que, cada vez que la gente mirara las estrellas,  recordara la hazaña de su hijo.  

El segundo trabajo que el rey de Micenas le encargó a Hércules fue eliminar a la Hidra de  Lerna. Esta era una gigantesca serpiente acuática de nueve cabezas, que vivía en un lago y  tenía horrorizada a la gente del lugar. Devastaba los campos, devoraba el ganado y su aliento  era tan ponzoñoso que, si alguien lo aspiraba, inevitablemente moría.  

Para cumplir con esta tarea, Hércules subió a su carro, que guiaba su sobrino Yolao, y  juntos emprendieron la marcha. Tras muchos días de viaje, llegaron al lago de Lerna. Hércules  cubrió su boca y su nariz con una tela, para evitar que el aliento del monstruo lo envenenara.  Luego, lo obligó a salir de su guarida disparándole flechas en llamas. Y cuando la Hidra  apareció, se lanzó a la carrera y la apresó. Ella se enroscó en una de las piernas del héroe,  mientras un enorme cangrejo, enviado por la diosa Hera, le mordía los talones. Hércules  aplastó al cangrejo con su maza y luego comenzó a cortar las horripilantes cabezas de la  serpiente, con su espada. Pero pronto descubrió que, poco después del corte, estas volvían a  crecer. Entonces le ordenó a Yolao que incendiara el bosque vecino y que, con los troncos  encendidos, quemara los cuellos para evitar que las cabezas brotaran. El joven así lo hizo,  hasta que le llegó el turno a la última cabeza, que era inmortal. Hércules la cortó, la enterró y  le puso encima una enorme roca. Después, empapó sus flechas en la sangre de la Hidra y, de  este modo, las convirtió en venenosas. Y mientras el héroe y su sobrino emprendían la marcha  de regreso, Hera tomó el cangrejo y lo puso entre las constelaciones, así como había hecho  Zeus con el león de Nemea.

Cuando Hércules y Yolao llegaron triunfantes a Micenas, Euristeo se negó a reconocer que  el héroe había cumplido con el segundo trabajo. Según él, la ayuda de su sobrino lo invalidaba.  De inmediato, le encargó nuevas tareas: capturar con vida una cierva sagrada de cuernos  de oro, un formidable jabalí, un potente toro y unas yeguas que comían carne humana. También  debió robarle sus innumerables manadas de bueyes a un gigante de tres cabezas y exterminar  unos pájaros feroces que aniquilaban a hombres y animales, disparándoles sus plumas como  dardos. No conforme con esto, Euristeo decidió humillarlo. Entonces le ordenó limpiar las  montañas de estiércol de los establos del rey Augias. Para hacerlo fácilmente, a Hércules se le  ocurrió desviar el cauce de dos ríos. Luego, se vio obligado a pelear contra las amazonas, pues  Euristeo se había encaprichado con que le consiguiera el cinturón de Hipólita, la reina, para  regalárselo a su hija. 

Año tras año, Hércules cumplió con lo encomendado, sin descanso. Ya solo le quedaba  realizar dos trabajos para conseguir su libertad. Y luego de obtener las manzanas de oro del  Jardín de las Hespérides, Euristeo no tuvo más remedio que encargarle su última misión. Le  había exigido hazañas imposibles y de todas había salido victorioso. Así que esta debía ser  mucho más difícil que las anteriores. 

–Será la proeza que corone tu fama –le dijo con una pérfida sonrisa–. En el oscuro reino  de Hades, donde habitan los muertos, hay un can. Su nombre es Cerbero y custodia las puertas  infernales. Quiero que me lo traigas.

Cuando Hércules oyó la orden de Euristeo, sintió terror. El mismo terror que todos los  mortales le tenían a Hades, el implacable dios que les impedía la salida a quienes habían  entrado en los Infiernos. Pero el héroe se sobrepuso y emprendió la marcha. Zeus, que siempre  seguía los pasos de su hijo, les pidió al dios Hermes y a la diosa Atenea que lo acompañaran.  Y juntos llegaron al Ténaro, una de las bocas de entrada a los Infiernos, y comenzaron el  descenso.  

Al ver a Hércules, los muertos huían despavoridos. Solo dos se quedaron: Medusa y  Meleagro. La primera, un monstruo con cabellos de serpiente y grandes colmillos, salió a su  encuentro. Hércules, creyendo que estaba viva, desenvainó su espada para atacarla. Pero  Hermes le advirtió que solo era una sombra y continuaron el camino. Más adelante, liberó a  algunos humanos que, vivos y encadenados, cumplían una condena por faltas tremendas.  Y también sacrificó unos animales del rebaño de Hades, para darles de beber sangre a los  muertos que querían recuperar un poco de vida. Finalmente, llegó al trono del dios de  los Infiernos.  

Hércules le expuso el motivo de su visita y Hades le respondió: 

–Puedes llevarte a Cerbero, pero tienes que atraparlo sin la ayuda de tus armas. Cuando el héroe se acercó al terrible can, desarmado y protegido solo por la piel de león  que le servía de coraza, este lo recibió con espantosos aullidos. Cerbero era un espeluznante  perro de tres cabezas, cola de dragón, garras y colmillos como puñales de acero, y su lomo  estaba cubierto de erizadas cabezas de serpientes. Hércules lo tomó por el cuello y, aunque el  perro lo mordió y lo picó varias veces con la punta de la cola, la presión de sus manos fue  aumentando más y más, hasta dejarlo sin aliento. Como Cerbero sintió que se ahogaba, se  rindió y aceptó seguirlo dócilmente. Juntos emprendieron el ascenso hacia el mundo de los  vivos y, luego, el camino de regreso a Micenas.  

Pero cuando Euristeo los vio llegar, se aterrorizó tanto por el aspecto y los horribles ladridos  del animal, que corrió a esconderse en su vasija de bronce. Entonces, Hércules le devolvió el  perro a Hades, para que continuara custodiando la entrada al reino de los muertos. 

Y así fue como, después de este último trabajo, quedó libre de su servidumbre a un rey  débil y envidioso. A partir de entonces, emprendió otras aventuras que lo hicieron más  célebre todavía. Y al morir, Zeus lo subió al Olimpo en una nube. Allí se reconcilió con Hera  y se convirtió en inmortal, tal como su padre lo deseaba y Apolo se lo había predicho. 

Mito griego. Versión de Equipo  

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